martes, 23 de noviembre de 2010

Para no olvidar



En ese discurso del 13 de marzo de 1963 en la escalinata de la Universidad de la Habana se dijeron cosas muy importantes; algunas que leídas hoy, provocan una risa dolorosa, como cuando Fidel dice que los pobres "del pasado" (de ese pasado que es el ahora mismo en Cuba) vivían añorando, en la otra vida, lo que no podían tener en esta. Dice el "imagintivo" Castro:

"Imagino cómo verá un pobre el cielo, y tal vez se imagine el cielo con un gran automóvil, vajillas de plata, un palacio y una pierna de cerdo o de res asada en la mesa de su casa".


Después enlaza esto con la censura a las prácticas de "sectas religiosas" que propagan ideas "contrarrevolucionarias", auspiciadas por el imperialismo. Lo espeluznante -y previsible- es la reacción que esta frase fulminante provoca en los estudiantes universitarios: los taquígrafos del Consejo de Estado colocan las exclamaciones entre paréntesis: "¡Paredón, paredón"!

Y, bajo pretexto de la religión, decir: “no uses armas, no te defiendas, no seas miliciano”; o cuando hay que hacer una recogida de algodón, o de café, o de caña, o un trabajo especial, y las masas se movilizan un domingo, o un sábado, o cualquier día, entonces llegan ellos y dicen: “no trabajes el séptimo día”. Y entonces empiezan bajo el pretexto religioso a predicar contra el trabajo voluntario.

Pero, además, predican que la bandera no debe jurarse, y les dicen a los padres: “no mandes a los niños a las escuelas el viernes para que no juren la bandera”. ¿Y es que nuestra patria —patria que ha tenido que luchar tanto por su independencia y por su bandera, patria que ha dejado tantos héroes en el camino, patria que por su destino ha dado la vida de tantos jóvenes, de tantos trabajadores, de tantos campesinos, de tantos hombres y mujeres dignos— puede tolerar que nadie predique esa irreverencia contra la patria, esa irreverencia contra la bandera? (EXCLAMACIONES DE: “¡Paredón, paredón!”) [...] ¿Es que una patria, una patria que necesita producir para vencer las enormes dificultades que nos trae el bloqueo económico de la más poderosa y reaccionaria nación de la Tierra; es que la patria que tiene que trabajar para hacer su futuro, puede permitir que se prediquen esas supercherías contra el trabajo? [...] Difícil es que vengan a esta universidad a predicar idioteces, porque no encontrarán caldo de cultivo favorable...
Y son tres, principalmente, esas sectas, los principales instrumentos hoy del imperialismo, y son: los testigos de Jehová (ABUCHEOS), el bando evangélico de Gedeón (ABUCHEOS) y la Iglesia Pentecostal (ABUCHEOS).


Después de este repudio ferviente, Castro apela a la retórica del pasado -ese sitio donde se acumula toda la "basura" que se necesita expulsar (En Cuba se reescribe el "tópico" literario: todo pasado fue peor; la memoria del pueblo es forzada a reorganizarse y construir ese pasado de ignominia. En el futuro y en la sabiduría no habrá este tipo de religiones que obstaculicen la práctica del dogma fidelista (ningún profeta con quien competir) Y el colmo del cinismo llega inmediatamente cuando afirma: Es curioso, y es una prueba de la tolerancia de la Revolución, una prueba extraordinaria de la tolerancia de la Revolución, que este último grupo tiene en la provincia de Las Villas, cerca del pueblo de Santo Domingo, una escuela llamada Instituto Bíblico Pentecostal, donde preparan sus cuadros, y que lo dirige un norteamericano; un yanki es el director de esa escuela (EXCLAMACIONES Y ABUCHEOS). ¡Hasta dónde llega la tolerancia de la Revolución, hasta dónde llega!
Después de abrir la boca para afirmar cuán tolerante es, introduce la malévola pregunta retórica: ¿Es que tiene nuestra patria la obligación de permitir eso? El pueblo, será quien grite a voz en cuello: ¡NOOOOOO!, ¡Fuera!

Para redondear la condena a tales "sectas", concluye refiriéndose a la educación, esa eficaz arma de combate que aniquila al diferente: "Porque si bien es verdad que no todos los seres humanos son de la misma condición, del mismo temperamento, y del mismo carácter, la educación tiene una influencia decisiva, y es la educación lo único capaz de desarrollar las inclinaciones positivas del ser humano y de combatir desde muy temprano sus inclinaciones negativas [...] Hay que centrar la atención en la formación de los maestros y de los profesores, porque serán los soldados de la vanguardia en la lucha contra la ignorancia y contra el pasado".
Cierra con maestría el bucle retórico: las sectas pertenecen al pasado que será reeducado. La frontera entre el mal y el bien ya está nítidamente trazada. Y a buen entendedor, con pocas palabras basta.
Pero este discurso va más allá: hay otros males del pasado, otros vicios de la sociedad capitalista.
1: "el delincuente antisocial, el ladrón, el ratero".

Al respecto impresiona leer lo que el "padre benefactor" (ese que supuestamente cree en el hombre) aconseja, burlándose de las leyes vigentes que llama "leyes anacrónicas", demasiado suaves, filantrópicas: mano dura, durísima; esto es, "pena capital". Como un señor medieval que dispone de la vida y la muerte de sus súbditos con total impunidad, así desea dirigir la comunidad premoderna que recién está fundándose.
En esta frase se sintetiza esa obsesión médico-patológica que homologa el comunismo al fascismo: la limpieza higienista de la sociedad llevada al límite de convertir en realidad lo que en las sociedades europeas, desde la modernidad, no pasaba de ser una metáfora: en este caso, los "miembros" del cuerpo social no están enfermos-pues de lo contrario podrían ser "curados" con medidas adecuadas; sino que son en sí mismos la enfermedad que hay que erradicar:

Hubo, incluso, algún compañero que creyó que a través de métodos absolutamente filantrópicos iba a combatir ese mal social, esa lacra, y que con un buen consejo podría volver a la vida ordenada y a la convivencia social a un delincuente; esas son ilusiones. Resultado: la necesidad de tomar medidas severas. En primer lugar exclusión de fianza (APLAUSOS); pero eso no es suficiente, quien roba en un domicilio donde se encuentra una familia, es decir que robe con el peligro para la familia de ser víctima de la agresión física, es decir robo con violencia en el domicilio y en las personas, pena capital (APLAUSOS PROLONGADOS). Quien robe haciéndose pasar por un agente de la autoridad, pena capital (APLAUSOS); y quien robe empleando menores de edad, con tanta más razón pena capital (APLAUSOS y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, paredón para el ladrón!”) [...] No podemos dejar de tomar medidas drásticas, porque de otra manera quedaría la sociedad expuesta al libre albedrío de estos elementos antisociales.
Y hay que combatirlo como se combate una enfermedad, como se combate una plaga, como se combate una epidemia.

Pero otros "focos infecciosos" serán mencionados en ese discurso:

Claro, por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos de combatir. Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces, andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes. Un joven que ni trabaje, ni estudie, ¿qué piensa de la vida? ¿Piensa vivir de parásito? ¿Piensa vivir de vago? ¿Piensa vivir de los demás? [...] Son contrarrevolucionarios, y lo que son unos... Bueno, lo que son todos los contrarrevolucionarios (EXCLAMACIONES Y APLAUSOS). Porque son unos descarados, tan descarados como todos los contrarrevolucionarios.


¿Qué palabra no llegó a decirse; qué palabra se censuró Castro?
Lo que son unos...
Después se aclararía más o menos el insulto que no llegó a pronunciarse. Prosigue el Epidemiólogo:

DEL PUBLICO LE DICEN: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡los homosexuales!”)

¡Un momento! Es que ustedes no me han dejado completar la idea (RISAS y APLAUSOS). Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.

Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! “Arbol que creció torcido...”, ya el remedio no es tan fácil. No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no!


Poco después se abrirán los campos de concentración para endurecer esos troncos torcidos, pero ya Castro rumia en este discurso las ventajas que sacará del margen. Necesita brazos para la agricultura, y qué mejores brazos que los de los parias, una vez reafirmados como tales, emparentados perversamente para crear una masa compacta marginal: en aquellos campos se reunirán justo los testigos de Jehová, los homosexuales y otros (bajo el rótulo ambiguo de "conducta impropia"). Con esa justificación de base también creará las escuelas al campo, para que los jóvenes se "fortalezcan". ¡Muchas manos para alimentar al país: ¡y que vengan después a decirnos que hemos tenido una educación gratuita!

Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (RISAS).

¿Y qué opinan ustedes, compañeros y compañeras? ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, optimista, que lucha por un porvenir, dispuesta a trabajar por ese porvenir y a morir por ese porvenir? ¿Qué opina de todas esas lacras? (EXCLAMACIONES.) Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”); y que esa gusanera lumpeniana, y la otra gusanera, no confundan La Habana con Miami.


La suerte estaba echada. Pronto empezarían las tijeras a cortar melenas y "pitusas"; purgas en la Universidad, y los suicidios...

sábado, 13 de noviembre de 2010

"Te lo prometió José Antonio Saco y Fidel te lo cumplió"

(Fragmento de Memoria sobre la vagancia de José A. Saco, 1830.)
Las obsesiones de la intelectualidad criolla colonial de implantar un "sistema de espionaje" que controlara a los individuos y que elevara la productividad de la nación fue, al cabo de 130 años, implantado en Cuba. Los vagos, ahora investidos con la categoría política de "lumpen", o, la más aplatanada de "gusanos" vivieron la pesadilla del biopoder revolucionario, instalado a imagen de aquel que propugnara Saco en el marco del "Despotismo Ilustrado".
Martí, más democrático y conciliador, nunca hubiese apostado por una república que cercara hasta prácticamente echar al mar, a sus ciudadanos. Por eso enmendé el verso de Guillén...

Conocidos que sean los vagos de esta especie, la autoridad los compelerá
a que tomen alguna ocupación; y para que no se diga, que atropella la libertad individual, dejará a su elección la qFragmento de Memoria sobre la vagancia de José A. Saco, 1830.)
Las obsesiones de la intelectualidad criolla colonial de implantar un "sistema de espionaje" que controlara a los individuos y que elevara la productividad de la nación fue, al cabo de 130 años, implantado en Cuba. Los vagos, ahora investidos con la categoría política de "lumpen", o, la más aplatanada de "gusanos" vivieron la pesadilla del biopoder revolucionario, instalado a imagen de aquel que propugnara Saco en el marco del "Despotismo Ilustrado".
Martí, más democrático y conciliador, nunca hubiese apostado por una república que cercara hasta prácticamente echar al mar, a sus ciudadanos. Por eso enmendé el verso de Guillén...

ue más les convenga, prefijándoles un término perentorio, dentro del cual deberán abrazarla.
Si voluntariamente no lo hicieren, entonces ella procederá, ya entregando unos a los artesanos para que les enseñen oficios, ya empleando otros en la marina mercante, ya, en fin, destinándolos a otras ocupaciones provechosas. Si tampoco quisieren abrazarlas, se les dará un corto plazo, para que salgan de la Isla, pues no teniendo ya la patria que esperar de ellos ningún bien, y sí mucho mal, debe arrojarlos de su seno como miembros corrompidos. Pero si todavía persistieren en ella, la autoridad, o los lanzará de nuestro suelo, o los condenará a trabajar en beneficio público, pues aun suponiendo que en este último caso no se saque de ellos ningún provecho, la sociedad a lo menos se librará de los delitos que han de cometer.

No es difícil averiguar quiénes son los vagos que existen entre nosotros, pues para esto basta tomar algunas medidas enérgicas confiando su cumplimiento a hombres íntegros, activos y dignos de la pública confianza.

Ellos podrían formar una junta, que especialmente se encargue del descubrimiento de los vagos; y para lograrlo, convendría dividir todas las poblaciones en cuarteles, poniendo cada uno de éstos al cuidado de uno de aquellos individuos para que hagan un censo en que se inscriba el nombre, patria, edad, estado, profesión, bienes, calle y número de la casa de cada uno de sus habitantes, exigiendo, además, que los que digan que ejercen algún oficio o profesión fuera de la casa en que se hallan al tiempo de formar el censo, designen el edificio o paraje donde trabajan. Para facilitar estas operaciones y disminuir las cargas, repartiéndolas entre mayor número de individuos, podrían hacerse subdivisiones de los barrios grandes que existen en algunas villas y ciudades.

Mándese también, bajo una multa, que todo dueño o inquilino de casa dé al individuo encargado del cuartel respectivo, aviso por escrito, a más tardar dentro de dos días, de cualquiera persona que se mudare a ella o de ella, para que pudiendo tomarse los informes necesarios, se sepa quiénes son los que viven en cada barrio. Un examen de esta naturaleza solamente podrá ser temible a los pícaros, porque el hombre de bien, no teniendo nada que le intimide, mirará cifradas en él su conservación y seguridad.
Estas medidas deberán extenderse también a los campos, encargando su cumplimiento, a los hombres que por su probidad y energía inspiren al público confianza.

Pero si nuestros esfuerzos se encaminan a exterminar la vagancia, no basta saber quiénes son los vagos, ni que sólo nos empeñemos en reformarlos o castigarlos: es menester, además, impedir que otros caigan en ella, y tanto bien no puede lograrse sin remover las causas que existen con mengua y deshonra nuestra.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Sin patria pero sin amo"

(Foto: OLPL)
Esos primerísimos días de enero del 59 en los que Fidel Castro grita a los cuatro vientos el nuevo proyecto de gobierno (y nación) que se impondría, siempre comparándolo con ese presente dictatorial que acababa de derrocarse, son muy útiles para entender el porqué de tanta adhesión, de tanto compromiso masificado.
Este botón de muestra sacado del discurso del 4 de enero de 1959 en Camagüey estremece por su vigencia. En efecto, a finales de los 50' los cubanos no tenían "patria"; al concluir la primera década del nuevo siglo muchos siguen construyendo una patria en el exilio y los que se han quedado en casa, viven de la patria exiliada. De todo el fragmento de una espeluznante actualidad me quedo con la última parte: De Cuba, desgraciadamente, "no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden".


Yo estoy seguro de que los cubanos no se conforman simplemente con ser libres en su patria. Yo estoy seguro de que los cubanos quieren además disfrutar de su patria. Yo estoy seguro de que quieren también participar del pan y la riqueza que se producen en su patria.
¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre. ¡Eso no es patria! Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo (APLAUSOS). Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir, patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo (APLAUSOS). Patria es el lugar donde no se explota al ciudadano, porque si explotan al ciudadano, si le quitan lo que le pertenece, si le roban lo que tiene, no es patria.
Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria. Y la mejor prueba, la mejor prueba de que no tenemos patria es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir, pero no tienen patria. Y no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden.

(DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, EN LA PLAZA DE LA CIUDAD DE CAMAGÜEY, EL 4 DE ENERO DE 1959.)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Luces y sombras

LUCES Y SOMBRAS

El sol de Cuba, esa estrella que ilumina y mata, que agobia y abraza, ha lanzado sus dardos como dios heleno, cada vez que los endurecidos párpados han debido esperar jornadas enteras de arengas, discursos y letanías bajo el sol insular. Pero la luz proyecta insospechadas sombras. En el juego de posiciones y poderes, quien se sitúa de frente al sol −¿como Martí?− o de espaldas varía en rango, al menos simbólico. Como divertimento, quiero jugar con estas luces y sombras.

1.
El día 4 de enero del 59’, al comienzo del segundo discurso que Castro daría en su periplo hacia la Habana (en Camagüey), el orador declara sentirse abrumado ante tanto pueblo reunido, y por ello mismo lamenta tener que contemplar, a causa del sol que lo encandila, una masa sombreada. Quisiera ver las caras de los que lo observan con admiración, los gestos de euforia y aspaviento. Pero la luz no lo deja y dirige su discurso a un destinatario grupal que no logra distinguir: “Yo quisiera ver al pueblo, y la luz no me permite ver”, afirma. Eso sí, sacrifica su visibilidad en función de la imagen que de él, artífice histórico, puede ser capturada; una imagen lo suficientemente iluminada como para que recorra el mundo en las noticias: “A pesar de todo, brindémosles a los periodistas todas las facilidades, porque para eso hay libertad de prensa en nuestra patria (APLAUSOS); que ellos tomen sus películas…”
La luz al servicio de las finas películas de celuloide.

Desde entonces, el pueblo seguiría posando como una masa oscura al final de la foto (a pesar de que ese mismo pueblo tendría que derretirse al sol en las largas jornadas de trabajo o donar sus domingos a labores voluntarias −“domingos rojos” en los que yo me levantaba a ver el cielo, pensando que sería de ese color). El encandilado líder no vería jamás la realidad ante sus ojos; de regreso a la sombra de su despacho solo podía ver la utópica redondez de sus ideas −crecí escuchando aquella famosa frase de que las cosas pasaban porque Fidel no se enteraba de nada; porque tenía un estratégico parabán −funcionarios tamizadores de la luz− que le ocultaba la verdad. Poco después, la proclamada libertad de prensa también quedaría relegada a la sombra de la impostura, mientras la luz serviría solo para mostrar las breves −y autorizadas− instantáneas de gloria.

(Casi 50 años de aquel discurso, un amigo camarógrafo me comentó que, a pesar del ventajoso salario de los operadores de la “Mesa Redonda” cuando comenzó a emitirse, y de la simplicidad infantil de las tomas, muchos rehusaban este trabajo por el peligro siempre latente de enfocar, un día, lo que debía permanecer en la sombra: cualquier discusión inoportuna, cualquier desliz imprevisto o secreción inadecuada colgando de una boca envejecida… Para este tipo de imprevistos, o para espetarle a los disidentes, a los críticos o a los turistas de oscuras gafas siempre ha estado a mano la frase de Martí: “El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”)

Con la vejez, el azote del sol insular se convertirá en pretexto para concluir las arengas cada vez más pronto, como atajos necesarios para el cuerpo cansado. En el último de sus discursos −como Presidente−, el 26 de julio de 2006, explicaba: “No quiero extenderme, aunque podría hablar hoy de muchas cosas. Vean lo que yo escribí −y como poeta iluminado, recita: “El Sol se levanta minuto a minuto y sus rayos pueden hacerse insoportables”. Después se refugiaría en la sombra de la enfermedad y la lenta recuperación, en la sombra verbal, y en la sombra del Poder, mientras cedía la luz, aparentemente, a su hermano que llevaba años diciendo: ¡La luz, bróder, la luz!


Sin embargo, a pesar de que le otorgasen el mando, en el aniversario 56 del Moncada (celebrado en Holguín, 2009), Raúl se autoproclamaba una sombra; esa que vieron los que estaban allí reunidos, una sombra que hablaba y gesticulaba como si fuera el Presidente. En un acto fallido, o en inocente comentario de novato triunfador, o en perversa burla que avivaba los dobles sentidos, a la vez que advertía de su destino perennemente ensombrecido, Don Segundo Sombra afirmaba: “Pudiéramos empezar haciendo una pregunta por pura curiosidad personal […] a qué comprovinciano se le ocurrió ponernos el sol, aquí detrás, que a mí no me molesta, pero estoy seguro de que ninguno de ustedes me puede ver; verán, si acaso, una sombra: ese soy yo.”

Como una parábola, el sol insular es un azogue en el que se reflejan o proyectan las imágenes. Aquella primera vez el sol oscurecía la masa en éxtasis: Fidel debía ignorar al pueblo mientras hablaba -tal y como lo hizo periódicamente en aquellas infinitas jornadas de verbo inflado con martirio. Pero que el orador se encandile no le resta efectividad ni potencia al acto. Todo lo contrario, le permite el ensimismamiento… Lo importante es que lo miren a Él, y mejor aún si el sol se colocara como un halo detrás de la figura. (Si lo hubiese podido mover como parte del atrezzo, seguramente lo hubiera colocado allí.)
Otra cosa es que el orador, como Raúl, sea quien desaparezca de la mirada común de los que se congregan para idolatrar al César: se rompe el círculo de la adoración cuando sucede el eclipse.

Y ahora que, llevada de la mano por el juego de ilusiones ópticas o por el resplandor del verano, creía que el pueblo comenzaría a estar alumbrado, mientras sus conductores permanecerían en la sombra, vuelve a salir el ‘iluminado’ para advertir al travieso mundo −que en su ausencia ha seguido jugando con bombas− que el que juega con fuego se quema, y como si fuera poco, descubrir que el modelo cubano ya no funciona ni en Cuba −ese que hace más de 30 años los propios cubanos ya saben que hay que darle golpes, como a un muñeco de cuerda para que siga andando.

El pueblo hace rato que ya no quiere morir de cara sol.

martes, 31 de agosto de 2010


El 4 de enero de 1959 Castro hablaba sobre la libertad de prensa y la libertad de reunión y elección. Subrayo un fragmento que cae horizontalmente como la famosa saliva encima de la cara: "solo cuando los gobernantes se han granjeado la enemistad de su pueblo, pueden concebir la estupidez, la injusticia, de negarles a los ciudadanos el derecho a reunirse"
Es para nosotros y para ustedes, un motivo de orgullo —a pesar de los pequeños inconvenientes— tener delante un camión lleno de periodistas cubanos y extranjeros. Bien merecen los periodistas la oportunidad de trabajar; el periodista trabaja para el pueblo, el periodista informa al pueblo. El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente nuestro pueblo cubano. Por algo las dictaduras no quieren libertad de prensa, por algo nos tuvieron censurados y amordazados durante tantos meses (EXCLAMACIONES). Durante tantos meses seguidos, que sumados —como bien dicen ustedes— eran años.
Pero, además, cuando no había censura no podía decirse, sin embargo, que había libertad de prensa. [...] Libertad de prensa hay ahora, porque sabe todo el mundo que mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba (APLAUSOS). Quien dice libertad de prensa, dice libertad de reunión; quien dice libertad de reunión, dice libertad de elegir sus propios gobernantes libremente (APLAUSOS). Cuando se habla del derecho de elegir libremente, no se refiere solo al presidente o a los demás funcionarios, sino también a los dirigentes; el derecho de los trabajadores a elegir sus propios dirigentes (APLAUSOS). Cuando se habla de un derecho después de la Revolución triunfante, se habla de todos los derechos; derechos que son derechos porque no se pueden arrebatar, porque el pueblo los tiene asegurados de antemano.
Cuando un gobernante actúa honradamente, cuando un gobernante está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad (APLAUSOS). Si un gobierno no roba, si un gobierno no asesina, si un gobierno no traiciona a su pueblo, no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo (APLAUSOS), porque nadie podrá llamarlo ladrón, porque nadie podrá llamarlo asesino, porque nadie podrá llamarlo traidor. Cuando se roba, cuando se mata, cuando se asesina, entonces el gobernante tiene mucho interés en que no se le diga la verdad. Cuando un gobierno es bueno, no tiene por qué temer a la libertad de reunión, porque los pueblos no se reúnen para combatirlo, sino para apoyarlo. Quienes, como nosotros, tienen hoy el privilegio de ver a la masa del pueblo reunirse para brindarnos su respaldo, pueden comprender perfectamente, que solo cuando los gobernantes se han granjeado la enemistad de su pueblo, pueden concebir la estupidez, la injusticia, de negarles a los ciudadanos el derecho a reunirse (APLAUSOS).
Cuando un gobierno ha sido incapaz e inmoral, entonces es solamente cuando se le ocurre negarles a los ciudadanos el derecho de votar, porque, si es bueno, la ciudadanía le brinda su respaldo; si es malo, se lo niega.

jueves, 12 de agosto de 2010

Prosperidad y bondad: la otra cara del iluminismo martiano


(Foto de Marcelo Dondo)


Haber estudiado en Cuba, en ese mundo de relativas certezas que nos construyeron durante la década del 80’ y haber cursado posteriormente una carrera en la Universidad de La Habana abre, de antemano, muchas puertas. La fama de los egresados universitarios cubanos es reconocida, ensalzada en cualquier parte del mundo y no es inmerecida. La intensidad con que estudiábamos en aquellos años de preuniversitario (de Ciencias Exactas), podría parecer, a mis actuales colegas españoles, un exceso derivado de una mente mitomaniaca −en este caso la mía−, y prefiero callarlo. Mucho más, prefiero silenciar el estoicismo con el que se estudiaba; la delgadez de aquel tiempo en el que la falda del uniforme se iba reduciendo paulatinamente con antiestéticas pinzas mientras mi cintura se desvanecía...Los años de aquel invento seguramente inefectivo del arroz amarillo con "suerte", coloreado con pastillas de vitamina B. (Ignoro si el complejo vitamínico se mezclaría desde el mismo proceso de cocción, lo que seguramente anularía las propiedades del aditivo, o si era añadido al final a modo de salsa, no precisamente criolla).

En esos años, la empresa farmacéutica cubana empezó a elaborar el "multivit", y como mi hermano yacía en cama, desde hacía unos meses, por un intenso asedio de algo que llamaban “neuritis” o “beriberi” (¿o acaso se supo con certeza de qué se trataba?) yo lo ingería con disciplina o devoción. Las vitaminas garantizarían que mis neuronas siguiesen funcionando, y por ende, lograr un alto rendimiento en el IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas), y mi posterior acceso a la universidad. La utopía desarrollista − a imagen de la cosmonáutica− de renunciar a los alimentos sustituyéndolos por cápsulas, se estaba cumpliendo. Pero el hambre podía más que el hombre y los preparados de agua con azúcar eran un remedio eficaz en tales casos.

También, y todo hay que decirlo, siempre tuvimos para desayunar aunque fuese un cuarto de pan, de los redonditos ya pequeños, que a veces picaban frente a nosotros para que viésemos que la partición era justa, y al que llegamos a llamar el “pan martiano”: “con todos y para el bien de todos”. Y en los almuerzos, el caldo de col, las croquetas elaboradas con un solo cerdo ¿macrobiótico? que se repartía equitativamente para miles de estudiantes de las cuatro unidades que formaban la escuela; y en la cena, otro tanto. Como si viviésemos del aire.

En cambio, sobrevivíamos expandiendo nuestra intensidad vital hasta límites insospechados. No renunciamos a las marchas, los desfiles, los bailes, el trabajo en el campo y el estudio. Resistíamos y le pedíamos al cuerpo que aguantara redoblados sacrificios: que no se nos desmayara, que no se nos “rajara”, que secundara nuestras cabezas enfebrecidas de proyectos y metas. El año 2000 era nuestro, y construiríamos una sociedad mejor y más preparada. Sin dudas.

La consunción era el ideal quijotesco de la izquierda revolucionaria, del intelectual soñador, de la vanguardia, de la bohemia transgresora. La panza distinguía la burguesía acaparadora y pedestre de la refinada aristocracia; era, desde la época del texto cervantino, el símbolo de la bajeza y la ignorancia. Como le dice el hidalgo a su escudero: “Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo.” Vivir muriendo, morir viviendo, un retruécano demasiado conocido por los cubanos y cantado como himno de guerra.
La revolución usufructuó, a fuerza de los rigores en la alimentación, esta semiótica bien codificada. En aquellos años, la panza podía ser la huella de un desvío de recursos, de un enriquecimiento ilícito. Hoy es la marca corporal de los malos hábitos alimenticios, del regreso del pan, y la salsa abundante, mientras la Europa anoréxica presume de sus alimentos desgrasados.

Recuerdo que, en cierta ocasión, nos habían prometido que el cerdo del semestre le sería dado al grupo más destacado de la escuela para que sus integrantes hicieran una fiesta e invitaran a sus familiares. Prometer eso en 1993 era como anunciar un día en el paraíso con pasaje de ida y vuelta. El grupo elegido fue el nuestro, después de haber sobrecumplido todas las metas de la competición. Y los días anteriores a la fiesta, cancelaron las invitaciones de las familias −porque sólo los padres de la ciudad tendrían el privilegio de asistir y eso creaba diferencias− y poco a poco nos fueron dorando la píldora hasta que del cerdo apenas vimos las croquetas. Ante nuestras protestas, el director dijo aquellas palabras que nos hundieron en la vergüenza: “¡discutiendo por un plato de empellas!”, y acotó: "Como diría el Maestro: El verdadero revolucionario no vive para comer, sino que come para vivir.”

Juro que aquella frase la repetí muchas veces como talismán contra la gula. Y la busqué por la obra martiana sin encontrarla, hasta que un día la hallé en El avaro de Molière, con una erudita nota al pie que decía que era un conocido refrán latino: “ede ut vivas, ne vivas ut edas”. En la obra, uno de los personajes, Valerio, le da lecciones al cocinero de Harpagón sobre cómo hacer una cena con poco dinero: “Habrá que dar cosas de las que se come poco y hartan al empezar... Unos buenos frijoles, algún pastel acompañado de castañas.” Método infalible: ¡un plato de frijoles negros!

CULTURA Y LIBERTAD

En cambio, la frase martiana que sí se podía leer en toda aula cubana era aquella que prescribía la finalidad que debía tener la cultura: la libertad. Ser cultos para ser libres. Cultura y libertad son términos tan inscritos en determinados repertorios contextuales que el apotegma martiano, anclado en una ahistoricidad eterna, apenas significa nada. Son dos de los conceptos más productivos heredados de las tecnologías de control de la Modernidad que, establecidos como absoluto, han escondido la ideología tras la que tales signos se hacen operativos. La creencia iluminista suponía un libre albedrío anclado en el saber, aunque hoy sabemos que justamente el “saber” es el dominio en el que se nos instituye como sujetos predeterminados, y el libre albedrío ha dejado de ser, hace mucho, una posibilidad tangible.

En cualquier caso, y siguiendo a Foucault, la cultura es un espacio de intervención y resistencia −donde se ejerce la microfísica del poder−, justamente porque es el entramado donde se construyen los sistemas de identificación social. La libertad es más bien ese, aunque sea mínimo, momento de resistencia, de tensión permanente que nos hace constantemente movernos, como sujetos, logrando postergar la aspiración absoluta, pero siempre inalcanzable del poder: la inmovilidad. Y moviéndonos, cancelamos la definición perfecta.

La resistencia −y la libertad− en el actual momento que vivimos pasa, en sentido estricto o primario, por la resistencia del cuerpo. No hablo de la resistencia oficializada, aquella que se pide a cambio de hundimientos y holocaustos masivos, sino la resistencia cotidiana, la única que garantiza un mínimo de libertad, y que incluye, como estrategias, el cambalache, el mercado negro, la improvisación, el timo. La búsqueda de alternativas para encontrar modos de subsistencia y felicidad paralelas o compensatorias. Resistir y resolver. Resolver para seguir resistiendo. (Visto así, la cultura entendida como erudición no garantiza, en el terreno patrio, libertad alguna. Otro tipo de cultura se impone para logar la sobrevivencia: la de la “lucha”.)

En el artículo “Maestros ambulantes” de donde se extrajo el precepto martiano, también se repudiaba la idea de un telos humano dirigido hacia la satisfacción de las apetencias del cuerpo: el ya comentado “vivir para comer”: “La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. (…) Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones”. En efecto, si invertimos la frase, podríamos decir algo así como: cuando un relicario de preocupaciones −entre ellas, y de manera fundamental, la carencia alimenticia− atormenta al hombre, éste se vuelve una “máquina de comer”.
La obsesión por la falta de comida era la que nos hacía estar hablando todo el día de alimentos imposibles y suspirar a coro en el cine frente a una escena suculenta. En Paradiso, el alimento nos conduce a una hilatura descomunal que apenas soñamos frente a la proliferación apetitosa de ingredientes y platos que se mezclan en la “gossá familia”, esa orgía metafísica en la que se resumen todos los gozos. Nuestra mesa, reducida y deslucida, ha dejado de suponer el goce que promete una duración, un detenimiento en la catadura de combinatorias insospechadas: nuevas especies, nuevas texturas o ritmos de deglución y, lo que es más lamentable, ha dejado de religar como la más pura de las religiones: ya no impulsa la conversación hacia ese estado de luz en el que el diálogo invade el oído como el crustáceo la boca. Decía el Coronel Cemí en torno a la mesa servida: “El placer, que es para mí un momento en la claridad, presupone el diálogo. (…) Si no es por el diálogo nos invade la sensación de la fragmentaria vulgaridad de las cosas que comemos” (35)

Con angustia, reconozco en Paradiso el espejismo que contrarrestaba la propia "pobreza irradiante" lezamiana, el hambre real del escritor, como recordaba Reynaldo González en el programa de Amaury Pérez “Con dos que se quieran”. Según González, cuando cogía el trozo de carne que le correspondía, iba a casa de Lezama y lo sacrificaba en pos de alimentar no precisamente el “espíritu” del maestro.


BONDAD Y PROSPERIDAD

Conviene, sin embargo, que regresemos a la frase martiana que conjugaba cultura y libertad para comentar una gravísima falta por omisión. La frase, en realidad, es una especie de silogismo con tres proposiciones indispensables que se concatenan: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. O lo que es lo mismo, la prosperidad sería la base de ese edificio ético en el que, luego de alcanzado el bienestar, se podría ser bueno (y por ende, dichoso) y culto (y por ende, libre). “Y el único camino − continúa diciendo Martí−, abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza”. Cierra la idea, y devuelve el protagonismo al conocimiento, en este caso, aplicado: se asocia la cultura a su sentido etimológico: cultivar, hacer fecundar la prosperidad a través del trabajo y del usufructo eficaz de los bienes que poseemos. Esto nos haría ser prósperos y otra vez, libres y buenos. (A su vez, Martí no propugna que el campesino abandone el surco para hacerse letrado; que los campos se llenen de marabú mientras la mente se cultiva, sino que una especie de “maestro ambulante” acuda al lugar donde se obra, ofreciendo conocimientos alternativos.)

Que la bondad esté relacionada con la prosperidad (la bonanza) no es una contradicción −como la ética revolucionaria casi siempre ha pretendido, confiada en el valor formativo de la miseria−; aunque tampoco sea un a priori. Sin embargo, la realización individual que ofrece la prosperidad (y no exactamente por el bienestar que implica, sino por el proceso en busca de ese bienestar) bien podría hacernos mejores, aunque esto parezca sacado de un manual de autoayuda.
Recordemos que la palabra “próspero” viene del latín prosperus−a−um, dotada del prefijo ‘pro’ (hacia adelante, en favor) y la raíz indoeuropea spe. La palabra latina spes (esperanza) contiene la misma raíz. Etimológicamente “próspero” significa entonces, que lleva adelante lo esperado, o según lo esperado. La prosperidad supone el curso favorable de una acción o desempeño; el éxito de una empresa y no, necesariamente, un enriquecimiento que avergüence, o desmerite al poseedor. Rico o riqueza, en cambio, vienen del alemán arcaico riks −dando origen a la palabra reich− y tiene la raíz indoeuropea reg (rey, regente); lo que indica que, en este caso, el vínculo entre Poder y peculio aparece marcado en sus orígenes. Los aldeanos nunca podrían ser ricos −tampoco los campesinos a los que se refiere Martí en el artículo citado− pero sí prósperos.


CULTURA Y PENURIA

Lo que mis actuales colegas españoles desconocen es que la letra sí nos entró con sangre, o mejor, con hambre, como cuando debíamos leer los tantísimos libros que nos ayudarían a forjarnos como filólogos, tumbados en las literas de la residencia estudiantil F y 3ra y con apenas unas tostadas y un té en la barriga.
Haber estudiado en Cuba fue realmente un privilegio. Haber sido discípula de brillantes profesores que a lo largo de mi vida intentaron suplir las carencias del cuerpo con los espejismos de la cultura, es algo inolvidable. Ellos también enflaquecieron paulatinamente; algunos parecía que expirarían tras la lección, y seguían aferrados a su trabajo, apenas remunerado. Recuerdo con nuestra alegría de que algún “viajecito” le hubiese tocado casualmente a alguno de aquellos profesores que nunca viajaba, para que pudiese “reponerse”. A su regreso nos comentó con orgullo que había ahorrado mucho dinero y que, por tanto, había podido comprar algunos libros que hacían falta para la Facultad. Y en efecto, apenas había engordado unas libras, apenas había cambiado su ropa de siempre, de tienda reciclada, como la nuestra.

Hoy, muchos a los que le debo, no mi placer por las letras, sino mi gusto quijotesco por enseñar, (labor reñida, como se sabe, con la riqueza, aunque no necesariamente con la prosperidad) no están en la facultad. Y lo lamento visceralmente por los alumnos que no tendrán la oportunidad de conocer el enjuto cuerpo y la febril agitación de Salvador Redonet; la consagración casi mística de Ofelia García Cortiña; la sencillez campechana de Amaury Carbón, con su guayabera blanca, casi transparente; la fortaleza de Nara Araújo, llena de proyectos a un paso de la despedida, y a otros tantos que han fallecido en los últimos años, en plena faena. O la despistada genialidad de Beatriz Maggi, la estoica resistencia de Teresa Delgado, la humildad de Lupe Ordaz, y a otros tantos que se han retirado o alejado de la institución. A sus clases había que ir, aún cuando la barrita de maní comprada al “merolico” más cercano, fuera el único sostén de la mañana.

En la actualidad, no sé si con el plan de maestros emergentes, algún niño pueda agradecer, dentro de veinte años, la educación recibida en las etapas iniciales, las más importantes. No sé si el solo hecho de haber estudiado en Cuba seguirá siendo un motivo de alabanza. Incluso desconozco qué motivaciones impulsan hoy a los jóvenes a estudiar: supongo que ya no sean las mismas que las nuestras, o a lo mejor, sí. Confiar en que la profesión podrá ser ejercida en la sociedad que te formó y que, una vez que ha garantizado tu competencia, te abra las puertas para alcanzar la retribución necesaria, merecida. La prosperidad que, según Martí, nos haría ser buenos y dichosos. Aquella que no se conforma con un viaje normado en el que haya que decidir si alimentar el cuerpo o el espíritu.

lunes, 2 de agosto de 2010

Del soñador al entusiasta

(Publicado en Diario de Cuba)


Hace unos años, cursaba una maestría en la escuela de Letras de la Habana, y en una de las asignaturas debíamos entregar como evaluación un artículo de opinión sobre algún tema cultural. En ese momento, caímos en cuenta que pocos dominábamos el arte de opinar abiertamente, de disentir o arriesgar argumentos, aún cuando se rozaran los límites de la especulación. El modelo de artículo de opinión que conocíamos era un engendro de lugares comunes de fácil redacción. La opinión política sólo se practicaba en círculos muy cerrados, carcomidos por la paranoia. A pesar de haber hablado en tantísimas asambleas a lo largo de nuestra vida estudiantil, casi nunca habíamos defendido un punto de vista distante de lo consensuado. Y el consenso, ya se sabe, es un aprendido ejercicio de interiorización de la norma.

Revisando un discurso de Fidel Castro del 11 de mayo de 1959, en un acto en la Universidad de La Habana, me tropiezo con una frase en la que rememora los años en que comenzara su vida política, siendo aún estudiante. Se trata del primer intento fallido del orador que, ante el estancamiento del país, pretendía articular sus proyectos aún a contracorriente del consenso:

"Al llegar aquí hoy, no pude menos que recordar, incluso, la primera vez que hablé en una asamblea universitaria donde, por cierto, no pude ni terminar. Era novato —estaba pelado al rape— y, por supuesto, tuve que pagar la novatada. Bueno, allí no me dejaron hablar ni cinco minutos: era una asamblea, y yo creía que iba a resolver los problemas, y realmente no me dejaron ni terminar. […] Nosotros vivíamos en aquella atmósfera mediocre que caracterizaba los años anteriores a la tiranía en nuestra república, nosotros vivíamos aquellos años de frustración en que el que hablaba de ideales, el que proponía fórmulas mejores para el progreso y la felicidad de nuestra patria, podía pasar perfectamente como un iluso o un soñador, en medio de un ambiente donde aquellos ideales jamás habrían de convertirse en realidades".

Lo que queda claro de esta evocación es que en los años republicanos, anteriores a la dictadura de Batista, ser catalogado como iluso o soñador era una posibilidad entre muchas, si se quería defender una postura diferente. Justo a partir de 1959 hablar en una asamblea pública para proponer fórmulas alternativas para el progreso era una novatada castigada con la expulsión de la universidad. Quien lo hiciese, no sería bautizado precisamente como soñador, sino como algo abyecto: un gusano, o un mosquito (como diría Castro en otro discurso). Algo, por cierto, fácilmente aplastable.

"Iluso o soñador" fueron las palabras con que la utopía revolucionaria reactivó el ideal romántico que le dio origen, y que desembocaría en las décadas 60-70 en las revoluciones sexuales, el movimiento contracultural hippie y la posibilidad de mundos anti-productivos no capitalistas, como los que prometía la Revolución cubana. Resultaban, sin embargo, términos paradójicos a la luz de la exigencia de una productividad que supliera en pocos años el descalabro económico heredado y pusiera a la Isla al frente de irrazonables listas de desarrollo y récords mundiales.

Mientras una buena parte de la izquierda internacional se refugiaba en el sueño exculpatorio de la Revolución —como el mejor de los mundos alucinados—, en el que se proyectaba un ideal, lejano y admirable, que el cuerpo primermundista no deseaba para sí, sino para el otro "resistente"; los cubanos, en cambio, eran los actores de las alucinaciones, y como tal, eran conminados a exponer su cuerpo en cada contingencia, como el único bien inagotable y la única inversión sufragada de antemano.

Ser un soñador en la Cuba posterior al 59 podía llegar a ser penalizado: era entrar en el terreno infértil del pasotismo y del antirendimiento. Equivalía, en definitiva, a cultivar la individualidad en detrimento del beneficio colectivo. Ser un soñador —y mantenerse al margen del coro— era no tener entusiasmo, palabra que dentro de la jerga revolucionaria sería usada de manera semejante a su significado etimológico: inspiración divina. No tener entusiasmo era no estar inspirado por el Artífice del Proyecto. Entusiasmo y combatividad: dos palabras que borraban, de plano, las de "iluso y soñador".

Entusiasmo, violencia

En un discurso posterior, en el acto de entrega de certificados a 4.000 alfabetizados, celebrado en la Ciudad Deportiva el 18 de junio de 1961, Fidel Castro hablará del entusiasmo, característica clave en esa estrategia evolutiva generacional que garantizaría el surgimiento del hombre nuevo y de una comunidad planificada como una carrera de relevo, teleológica y uniforme.

"Y debemos seguir sembrando ese entusiasmo (...) A medida que la generación presente vaya cumpliendo su tarea y sea sustituida por la generación nueva, y por los niños que crecen, y por los niños que nacen, y por los niños que nacerán, ese entusiasmo, ese espíritu de solidaridad tan emocionante, tan extraordinario, tan hermoso en nuestro pueblo, crezca, y crezca siempre sin disminuir nunca. Porque, ¡qué será un país en que ese amor, esa generosidad y ese entusiasmo, siga creciendo indefinidamente!"

Moverse por entusiasmo, por contaminación histérica de la masa, y no por consenso razonado, fue una receta que dio sus frutos desde los primeros actos masivos y que permitió accionar megalómanas organizaciones y proyectos en cortos lapsos temporales: por ejemplo, la alfabetización de todo el país en sólo un año. Como él mismo explica en ese discurso, estas locuras iban encaminadas, sobre todo, a llamar la atención internacional y, en el plano interno, a inyectar de entusiasmo edificante —o enajenante— a los jóvenes letrados para que, impulsados por la inmediatez y la fuerza de la exaltación, acometieran las proezas.

Continúa su discurso: "¿Por qué la Revolución lanzó la consigna de cumplir esta meta en un año? Podría haberse declarado que en dos años, o en tres años, o en diez años, es cierto. Pero nosotros sabemos que si hubiésemos trazado la consigna en dos años, o en tres años, o en 10 años, jamás se habría logrado arrancar un entusiasmo tan grande como el que ha provocado esa consigna.(...) Si al pueblo de Cuba no se le hubiese trazado una tarea grande, una tarea difícil, es seguro que el pueblo de Cuba no se habría entusiasmado tanto como se ha entusiasmado de saber lo que significa para nuestro país, lo que significa de aliento a los demás pueblos el que nuestro pueblo pueda cumplir esta tarea (...) Piensen lo que significará de prestigio para nuestra patria, y tengan presente que lo que más impresiona a los visitantes es, precisamente, esta gigantesca campaña de alfabetización".

De este discurso sobre la alfabetización sorprende, entre otras cosas, una frase en la que se descubre tempranamente la obligatoriedad del subalterno de acatar todo lo que se prescriba para él, incluso lo que se entiende como beneficio o bien individual. La alfabetización será obligatoria, y los que se nieguen al aprendizaje serán "descubiertos" (delatados), tarea colonizadora de vital importancia: "Esa es tarea del pueblo: descubrir los analfabetos que faltan es tarea del pueblo". (Si se repasa aquel discurso se leerá la historia de una descendiente de carabalí, de 106 años, e hija de Obbatalá —como ella misma dice— a quien Fidel conmina a escribir su historia. Ya se sabe que la resistencia cultural no pasa precisamente por la escritura. Y la prueba es el cultivo del género testimonial en Cuba).

Todo lo que suponía un detenimiento —un acto de contemplación o disfrute— debía ser arrollado por el impulso vital de la revolución. Se coreaba aquello de "quítate del medio, que mira que te tumbo". Esta violencia canalizaba cualquier posibilidad de frustración individual. Se controlaba el estallido, la revuelta, a través de la violencia institucionalizada. Los actuales actos de protesta organizados contra las Damas de Blanco tienen mucho de esta reconducción de la violencia en etapa de crisis: los que gritan, golpean y ofenden, ven satisfecha —y sin riesgos, sino más bien con la retribución de poder— su cuota de violencia ciudadana.

Intransigencia, falta de diálogo

Si regresamos al discurso en el que Fidel Castro recordaba sus años de estudiante, nos sorprende una confesión de su intransigencia, de esa competitividad enfermiza que le llevaba, en aquella etapa formativa, a descreer que las diferencias podrían convivir en el diálogo. Deja claro en esa evocación que, tras la intención de silenciar al otro, se escondía una competencia ciega por el poder y una rivalidad por lograr una mayor aprobación colectiva.

Lo triste del fragmento es que no funcionó como cura psicoanalítica: el estudiante no creció —no se convirtió en ese hombre que evoca—, y con la misma intolerancia juvenil dirigió su país. Quizás nunca pudo superar el trauma universitario —con pelo rapado de por medio, como si se tratase de un presidiario— de salir abucheado en su primer escollo oratorio; aquel que llamara su "novatada". En sus delirios todo se mezcló creando nuevas concatenaciones lógicas: presidio, usurpación de la palabra, disidencia, otredad… Los caminos de la inseguridad están llenos de delirios paranoicos.

Propongo, por último, leer este otro fragmento de ese mismo discurso: "Y muy frecuentemente acostumbro a pasar revista de todos aquellos años universitarios en que, obcecado con las ideas propias, me parecía que todo el que no pensaba igual que yo era un enemigo de la patria, era el hombre más perverso de la tierra, el más canalla y el más inmoral, para después encontrármelo en años venideros y descubrir que era un joven igual que yo, sólo que tenía una idea distinta que yo; que era un joven con las mismas preocupaciones que yo, sólo que aspiraba en la misma asignatura que yo aspiraba en la clase, y que aspiraba más o menos al mismo cargo dentro de la asociación a que aspiraba yo, y que tenía un grupo que lo apoyaba a él. Y como uno se creía el mejor de todos, le parecía que los que no estaban con uno eran los peores de todos. (…) Porque debo decir que nosotros los estudiantes —y todavía en la partecita que me toca de estudiante—, somos de una manera o de una estructura mental tan especial que nuestra pureza, la convicción de nuestra pureza, nos hace a veces ser un poco estrechos de mente, nos hace sacrificar esa amplitud que necesitamos los hombres, si de veras deseamos comprendernos, porque no hay siquiera dos absolutamente iguales, no hay siquiera dos que pensemos o creamos absolutamente igual".

Ante el temor de estar invocando a la democracia en el terreno fértil del estudiantado, Fidel Castro concluye su discurso reglamentando los modelos de reunión y prescribiendo la huelga. Para ello apela, de manera estratégica, a su significado etimológico —como etapa de holgura, de recreo o cese del trabajo—, y no a su incontestable dimensión política.

"Huelgas, no, por cualquier motivo, porque esta es una etapa creadora de un país retrasado que no puede perder un minuto; de una juventud retrasada en sus estudios por sus obligaciones patrias, que no puede perder un minuto; de una juventud que la patria espera por ella, porque hoy —al revés que ayer— el estudiante tiene formidables perspectivas de porvenir en una nación que al desarrollarse tendrá ocupación decorosa para todos sus profesionales".

Los sujetos bajo su mandato serían, por supuesto, eslabones productivos de una cadena desarrollista que, de consolidarse, ratificaría la eficacia del nuevo sistema, y de ningún modo actuantes de ese proceso político con derecho a la palabra, aunque ésta fuera "soñadora". Al final, ni el desarrollo, ni las huelgas y mucho menos la holgura, llegarían en sus 50 años de mandato. Del entusiasmo, solo queda esa especie de inercia cotidiana gracias a la que se sobrevive, sin soñar —ni pensar— demasiado.

domingo, 4 de julio de 2010

EN LA CONMEMORACION DEL IX ANIVERSARIO DEL ASALTO AL PALACIO PRESIDENCIAL, EN LA ESCALINATA DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, EL 13 DE MARZO DE 1966, Fidel repite la fórmula que en 1961 sentenciaría a los creadores reunidos en la Biblioteca Nacional y que, desde entonces, marcaría la política cultural de la Revolución: Dentro (con) la Revolución TODO /Fuera (contra) la Revolución NADA.
Cinco años después, la fórmula se extiende más allá del ámbito de la expresión y la cultura, para minar las relaciones interpersonales y familiares. En aquel discurso de 1966 y azorado por la "traición" de su propia familia y amigos de lucha (se acababa de desmantelar el plan de asesinato preparado por el Comandante Rolando Cubelas, Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria)dictaría las normas a seguir para odiar a nuestros amigos y a la familia si se aventuraban a pensar diferente. Los lazos sanguíneos, que él llama con desprecio, "puramente animal", son los lazos familiares.

"Y los revolucionarios tenemos muchas personas a las que estimamos profundamente, pero seríamos incapaces de concebir el afecto fuera de la Revolución; seríamos incapaces de concebir el afecto ni siquiera hacia aquellos que son tibios con la Revolución. Amigos, familia, todo dentro de la Revolución, fuera de la Revolución, nada. Pero es que nosotros los revolucionarios vemos el afecto y los vínculos humanos no en virtud del instinto sino en virtud de la conciencia. Y entendemos que los vínculos más sagrados que pueden establecerse entre los hombres, no es en virtud de un instinto puramente animal, sino de una razón puramente humana, sino de una relación verdaderamente espiritual, verdaderamente honesta, verdaderamente moral.
Nuestros hermanos son todos los verdaderos revolucionarios y los revolucionarios tenemos una familia más numerosa que nadie. (...) Y los revolucionarios sí sabemos sentir la fuerza de los vínculos afectivos entre los seres humanos, los más puros, los más espontáneos, los más sinceros. ¿Quiénes eran nuestros hermanos en las montañas? ¿Quiénes fueron nuestros hermanos en las horas difíciles? (...) A esos hermanos nos unen los vínculos de la Revolución, los vínculos verdaderamente eternos e indestructibles. Y quien destruya los vínculos con la Revolución, destruye todo vínculo con nuestros afectos, con nuestra amistad, con nuestra estimación. (...) Porque entre los enemigos y nosotros hay un abismo (...) Y por eso no es posible que exista ningún vínculo entre el revolucionario y el contrarrevolucionario. Quien haya sido revolucionario y lo haga, es simplemente un traidor".

miércoles, 30 de junio de 2010

El 13 DE MARZO DE 1966 Fidel Castro frente a los estudiantes reunidos en la Escalinata de la UNIVERSIDAD DE LA HABANA y sintiendo que sería joven eternamente, lanza una crítica a Mao Tse Tung y hace votos para que la revolución cubana no fuera nunca una monarquía vitalicia,una dictadura, ni llegara a estar dirigida por viejos "chochos" e incapacitados. También critica la omnipresencia del Lider, como si después -y durante 50 años- no hubiésemos hecho otra cosa que ver su rostro a cada hora, a cada minuto...
El fragmento es largo, pero es una delicia rescatar estas traiciones de signo mayúsculo que, leídas a posteriori, revelan las argucias con la que el Poder nos ha manipulado:

"Y desde luego, esta historia de revolucionarios que, a pesar de haber hecho cosas buenas en su vida, hacen después grandes barbaridades al final de su vida, no es nueva. Y las cosas que los hombres cuando degeneran son capaces de hacer las hemos visto dolorosamente en días pasados. Y son en parte consecuencias de haber confundido el marxismo leninismo con el fascismo, con el absolutismo; son las consecuencias de haber introducido en las revoluciones socialistas contemporáneas el estilo de las monarquías absolutas.
Esta revolución es afortunadamente una revolución de hombres jóvenes. Y hacemos votos porque sea siempre una revolución de hombres jóvenes; hacemos votos para que todos los revolucionarios, en la medida que nos vayamos poniendo biológicamente viejos, seamos capaces de comprender que nos estamos volviendo biológica y lamentablemente viejos; hacemos votos para que jamás esos métodos de monarquías absolutas se implanten en nuestro país y que se demuestre con los hechos esa verdad marxista de que no son los hombres, sino los pueblos, los que escriben la historia
Quienes se creen insustituibles para sus pueblos piensan con la misma mentalidad de esos que creen que asesinando a los dirigentes de la Revolución asesinarán la Revolución. El día en que cualquiera de nosotros se creyera indispensable, estaría pensando igual que esos terroristas; dejaríamos de ser marxista-leninistas(...) ¿Y para qué sirve un partido donde todo gira alrededor de un hombre? ¿Para qué sirve un partido si se endiosa a un hombre? (...)
Porque el dirigente revolucionario es necesario como instrumento del pueblo, es necesario como instrumento de la Revolución. Mas la relación entre pueblo y dirigente no puede ser un acto reflejo, no puede ser la resultante de un reflejo condicionado, sino un problema de conciencia, un problema de ideas. No es necesario estar viendo una estatua en cada esquina, ni el nombre del dirigente en cada pueblo, por todas partes, ¡no!; porque eso revelaría desconfianza de los dirigentes en el pueblo, eso revelaría un concepto muy pobre del pueblo y de las masas que, incapaces de creer por un problema de conciencia, o de tener confianza por un problema de conciencia, fabricara artificialmente la conciencia, o la confianza, por medio de actos reflejos.(...)
Y volviendo, para finalizar esta parte, a la idea que expresara, a los votos que hacía porque todos nosotros los hombres de esta Revolución, cuando por una ley biológica vayamos siendo incapaces de dirigir este país, sepamos dejar nuestro sitio a otros hombres capaces de hacerlo mejor. Preferible es organizar un Consejo de Ancianos donde a los ancianos se les escuche por sus experiencias adquiridas, se les oiga, pero de ninguna manera permitir que lleven adelante sus caprichos cuando la chochería se haya apoderado de ellos".
En el discurso de graduación del primer curso emergente de formación de maestros primarios, el 15 de marzo del 2001, Fidel evoca una conversación en torno a una "lavadora", sostenida con una maestra de primaria de las 'antiguas', de las de la generación de mis padres. Conocer la PRECARIEDAD de los trabajadores no lo exime de culpas, por el contrario, intensifica su incapacidad para la gestión del país. Este fragmento podría llamarse: "Heroínas sin lavadoras o como la ropa sucia se lava en casa":

"Se me ocurrió acercarme a aquella maestra y preguntarle: ¿Tú tienes lavadora en tu casa? Y me dijo: "No tengo lavadora." En realidad muchos saben que las lavadoras que quedaban eran aquellas de hace más de 10 años, que venían de la URSS, cuando existía la URSS, y después no llegaron ni lavadoras, ni piezas, ni teníamos con qué comprarlas, y la posibilidad de adquirir alguna era de aquellas personas que, por alguna razón o por otra, podían tener acceso, por su trabajo o como estímulo, a las divisas o al peso convertible, o la posibilidad de recibir una remesa del exterior. No entraban lavadoras, ni había con qué comprarlas, ni con qué comprar piezas, y no había ni piezas, porque los que las trajeron al mundo, al derrumbarse su sistema, dejaron, incluso, de producir piezas. Les cito esto como un ejemplo que multiplicaba nuestra admiración por aquellos maestros, y, en este caso, por aquella licenciada, porque muchos de nuestros maestros se hicieron licenciados en virtud del programa que les mencionaba antes. Es por eso que siempre califico a esos maestros de héroes y heroínas."
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